· 

La culpa de todo la tiene mi madre, por Dora Isabel Berdugo Iriarte

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Roquelina Romero era el nombre de mi madre, negra a mucho honor le gritaba a quien osara decirle morena.  Mi madre era recia, no tenía pelos en la lengua y con un particular sentido del humor y de la estética. Ante todo, era una muy pragmática, casi podría decir que en el fondo era utilitarista, como todas las personas que han comido de la miseria su peor mierda.
Sabía preguntar y por lo mismo era peligroso no ser sincero con ella, ya que, sin el menor reparo te exhibiría públicamente si se te daba por mentirle o evadirle una de sus escrutadoras preguntas.

 

Recuero con claridad, cuando llevaba a alguien a la casa, ello lo escaneaba con su mirada de águila, se fijaba en los zapatos, en el olor de sus fluidos corporales y a partir de estos datos, hacía un diagnóstico asertivo de su estado financiero, de la zona geográfica donde vivía y el lugar de su nacimiento, jamás se equivocó en alguno de sus incómodos análisis.  Cuando daba la mano a los hombres, era para saber si sus manos eran delicadas como la gente que trabaja en oficios finos o no trabaja o si las tenía callosas, como la gente que se busca la vida, haciendo el quite al hambre con la fuerza bruta, como ella decía.

 

Roquelina Romero, verdaderamente, amaba a la gente que trabajaba en oficios rudos, porque le parecía que eran personas más esforzadas y por lo mismo, más cercanas a ella, que le tocó comenzar a trabajar desde muy niña. Aunque debo anotar, que ella respetaba mucho a quien iba a educarse a la universidad. Con frecuencia presumía de todos sus parientes y amigos doctores. Decía con frecuencia:

 

-No estudié profesión, ni tan siquiera hice un bachiller, ni una primaria, solo sé leer y escribir y las cuatro operaciones fundamentales. Nunca aprendí raíz cuadrada, ni me faltó, con lo que sé me defiendo, miren no tengo de que avergonzarme a esta casa me vienen a visitar gentes de todas partes. Yo trato solo con gente de bien, esas que tienen sus maneras y andan bien presentadas.

 

Esas palabras de la vieja Roquelina me acompañaron toda la vida, por eso, me casé con Mateo Martínez Prieto, un médico ilustre y viejo, con mucho dinero y buenos modales, mismo al que mi madre amó, desde que entró por esa puerta a pedirle un poco de agua, para enfriar su carro. Mi madre cuando comenzó a cortejarme, sabía que estaba casado y que eso era motivo de sobra para rechazarlo si fuera pobre, pero al ser rico, para convencerme que le diera chance al hombre, me dijo:

 

-Es mejor ser la amante de un viejo con plata, que la esposa de un muerto de hambre. Ahora bien, por la esposa del viejo no te preocupes, ella está vieja, es fea, le gusta el juego, es mantenida, no le gusta trabajar, así que para conservar la vida que le gusta, se debe aguantar el brinco

 

Tales palabras y consejos a  un persisten en mi memoria, Mateo murió hace mucho tiempo, su mujer le antecedió y mi madre pudo verme casada y rica antes de morir, ella pudo tener todos los lujos que siempre soñó, conoció a sus nietos y los adoró, pero jamás supo que tú, eras realmente mi marido y no el jardinero de la casa,  como todos han creído siempre, nadie en mi círculo social, sospecha que mis hijos son tuyos y es mejor que por tu boca nadie se entere, no estoy dispuesta a perder mí status, por el supuesto amor que me tienes.

 

-Adolfo, sinceramente ¿crees que yo me puedo casar contigo? Ni lo sueñes, ni lo pienses.  Seguirás siendo el jardinero de esta casa, para que puedas estar cerca de tus hijos y si quieres hasta mi amante, porque bueno si eres para ese oficio. Me casaré con Julián Acosta el empresario que traje anoche, no te molestes en contarle lo nuestro, él era amante de Mateo y este le dijo que sabía que tú eras mi marido, el padre de mis hijos y todo lo demás. A él le da igual mi relación contigo. Mis hijos también lo saben, pero no están dispuestos a perder lo que tienen, para reconocerte como padre. No me mires así, después de todo la culpa la tiene mi madre. Siempre me dijo: -No me traigas jamás a mi casa a un novio, un amante o un marido, que sea pobre. Tu eres pobre y seguras así. Roquelina Romero aún después de muerta, no tendrá el disgusto de ver como su hija mete como marido a su casa un hombre pobre. Así que me casaré con Julián, te aguantas el brinco y punto

 

 

 

 

 

Dora Isabel Berdugo Iriarte

 

 

Escribir comentario

Comentarios: 0